Oda a la alcachofa

La alcachofa
de tierno corazón
se vistió de guerrero,
erecta,
construyó
una pequeña cúpula,
se mantuvo
impermeable
bajo 
sus escamas,
a su lado
los vegetales locos
se encresparon, 
se hicieron
zarcillos, espadañas,
bulbos conmovedores,
en el
subsuelo
durmió la zanahoria
de bigotes rojos,
la viña
resecó los sarmientos
por donde sube el vino,
la col
se dedicó
a
probarse faldas,
el orégano
a perfumar el mundo,
y la dulce 
alcachofa
allí en el huerto,
vestida de guerrero,
bruñida 
como una granada,
orgullosa,
y un día
una con otra
en
grandes cestos
de mimbre, caminó
por el mercado
a realizar su sueño: 
la milicia.
En hileras
nunca fue tan marcial
como en la feria,
los hombres 
entre las legumbres
con sus camisas blancas
eran
mariscales 
de las alcachofas,
las filas apretadas,
las voces de comando,
y
la detonación
de una caja que cae,
pero
entonces
viene
María 
con su cesto,
escoge
una alcachofa,
no le teme,
la examina, la observa
contra la luz como si fuera un huevo,
la compra,
la
confunde
en su bolsa
con un par de zapatos,
con un repollo y una 
botella
de vinagre
hasta
que entrando a la cocina
la sumerge
en la olla.
Así termina
en paz
esta carrera
del vegetal armado 
que se llama alcachofa,
luego
escama por escama
desvestimos 
la delicia
y comemos
la pacífica pasta
de su corazón verde.